30.6.08

The Garden of Everything 000.1

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000.1:Prologue

Cuando había pasado ya bastante tiempo desde el supuesto nacimiento de Jesús de Nazareth, se levantó por fin.

Casi tres años después de que decidió comenzar a pensar, aunque a decir verdad, no había pensado mucho. Una parte del tiempo se dejó llevar, una vez más, por ese viento de tranquilidad y seguridad tan buscado estos días.

La parte restante del tiempo, la mayor parte, soñó. Soñaba, y era feliz soñando... Hasta que un sueño contrariaba a otro, entonces era infeliz. Porque no podía soñar lo que el quería. No podía controlar sus sueños.

Pensaba eso este día, después de levantarse, pero no podría pensar en nada más mientras continuara ahí, inmóvil, y él lo sabía. Salió de su refugio y vio la salida del sol al oriente.

“El día de hoy comienzo un viaje, que no sé cuando, ni como, terminará...”, pensó, mientras daba un paso afuera. Una lágrima rodó por su mejilla. Tenía miedo y se sentía de cierta manera infeliz por perder la seguridad que tanto le había costado obtener. La seguridad que él había pensado que lo haría inmensamente feliz, lo cual, de hecho, fue cierto, más no para siempre. Sin embargo, antes de comenzar a llorar recordó el sueño que tuvo la noche pasada.

Tenía un sueño cotidiano, pero por eso mismo agradable y sin sorpresas. Él era un árbol solitario cerca de un río. Veía aparecer el sol, tan perfecto como siempre, tan cálido como siempre. Disfrutaba mientras contemplaba todo su recorrido y tal parecía que el sol también lo miraba a él. Al momento en que el sol desaparecía en el horizonte, él despertaba y esperaba pacientemente para dormir una vez más y poder volver a soñar lo mismo.

Sin embargo, algunas veces, a pesar de su deseo por soñar con el sol, soñaba otras cosas. El seguía siendo el árbol, pero el cielo estaba nublado o era de noche. Si había nubes, él se entristecía, anhelaba que el sol apareciera, pero eso nunca sucedía. Si era de noche, él notaba a la luna y notaba que la luna también parecía mirarlo, pero en seguida dejaba de verla, aunque quería hacerlo, simplemente porque no era el sol. Quería despertar de esos sueños, que sólo lo hacían sentirse molesto consigo mismo, culpable, por querer ver a la luna...

Pasó el tiempo así, porque valía la pena soportar estos sueños por esperar al sueño habitual, siempre reconfortante.

Hasta que, la noche anterior a hoy, tuvo un sueño que nunca antes había tenido. Él volvía a ser el árbol, era de noche y la luna, por alguna razón, no se veía por ninguna parte. “Bueno, entonces no está tan mal”, pensó y miró arriba. Y vio algo brillante que jamás había notado con anterioridad. Primero pensó que era su imaginación, pero después notó que no sólo era una cosa brillante, sino muchas... cientos... miles... Todas juntas en el cielo y el jamás las había notado. Pero ahora no podía apartar la vista y se sentía enormemente culpable.

“¿Qué... qué son ustedes?”, pensó. Ninguna de las estrellas le contestó, quizá estaban muy lejos. Él bajó la mirada, seguramente despertaría pronto y olvidaría ese absurdo sueño de las lucecitas brillantes... De pronto miró arriba, sin saber la razón, y vio que una de las estrellas brillaba, o eso parecía, más que las demás. Pensó que quizá ella si lo escucharía. “¿Qué eres?”, pensó y tuvo que esperar unos minutos mirándola para recibir respuesta.

“Soy un sol”, escuchó, sin poder creerlo. Pero ya no pudo dejar de mirarla hasta que despertó.

1 comentario:

Nada dijo...

Me sigue gustando esta historia, apurate a seguirla.
Hay miles de estrellas pero el sol de entre las estrellas resplandece, captando toda la atención. impidiendo ver a las otras