23.6.08

Candy

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Momentos de locura, pueden estar pensando, mis estimados lectores, pero a final de cuentas, quiénes son ustedes? no tengo el más mínimo interés en satisfacer su insatisfacción, por mí pueden ir y leer una Eres o una Por Tí, la verdad me viene valiendo un soberano cacahuate garapiñado, como esos que venden en el centro de esta hermosa ciudad de Guadalajara, también conocida como la perla de occidente, o la perla tapatía, y la verdad no entiendo la razón ya que nunca he visto una asquerosa perla por toda la ciudad, y miren que he buscado debajo de autos, de camas, de rocas y de habichuelas. Pero nada! ni una miserable perla mágica voladora! y estoy seguro de que si no estuviera buscando una, aparecerían millones de ellas, porque un día estaba buscando garages y por alguna razón inesperada empezaron a llover calcetines sucios! increible, pero muy cierto, y al llegar a mi casa no podía encontrar tres de mis calcetines, por lo que supuse que no los había lavado, se habían evaporado y habían caído en esa lluvia tormentosa. Salí a buscarlos pero ninguno de sus amigos calcetines me supo dar razón de ellos. Le pregunté a los rayados e incluso a un par de tines, bastante apestosos, por cierto, pero nada. Se quedaban callados como si hubieran hecho un pacto de silencio entre ellos para no revelar algún terrible secreto acerca del origen de la lluvia de calcetines, o quizá del origen de la suciedad en los calcetines. Algo que jamás podremos saber, puesto que estos calcetines se niegan a hablar a pesar de las numerosas torturas a las que los sometí, incluso le quemé los pies a uno, como si fuera cuauhtemoc, pero pareció ignorarle y se convirtió en cenizas, sin si quiera quejarse. Son todos unos machos los calcetines, miren que aguantar sin emitir ni un gemidito de dolor extremo, eso es de hombres, señoras y señores, machos como esos ya no hay ahora, nada de las jotadas que se ven a diario, no, señoras y señores, no, machísimos, tan machos tan machos que no puedo decir cuan machos eran. Pero esto no termina aquí, porque le corté los brazos a otro y tampoco se quejó, incluso se veía igual a antes de que se los cortara, como si nunca los hubiera tenido. Así que he decidido olvidar a los calcetines y sus secretos milagrosos sobre como curar la peste bubónica, y mejor recordaré a ese pequeño perro, su nombre era Candy y le gustaba huir de su dueño, quien al parecer se daba sus toquezasos "bien machín" como el mismo lo diría con su labio leporino. Mr. Candy como cariñosamente lo llamaba su perro, corría detrás de éste último alrededor de una banca. Giraban y giraban como colegialas en apuros. Al final Candy decidió que Mr. Candy se lo llevara, pensando en otra manera de escapar y matarlo, porque lo odiaba tanto por amarrarlo, "no estoy de acuerdo con la esclavitud" le había dicho en incontables ocasiones, pero no lo demostraba al amarrarlo, "estuve en la correcional" decía, pero no parecía decirlo en serio cuando lo jalaba de su correa improvisada y extra corta que más bien parecía un trozo de cuerda para colgar la ropa, así que Candy vivía su vida pensando en como eliminar a su dueño, "el Mr. Candy", como lo llamaba "la Banda", bola de marihuanos, pensaba Candy, pero no podía decirlo, porque cuando lo intentaba sólo le salían woof woofs de perro callejero sometido a una esclavitud inmerecida por un dueño marihuano cuyo nombre era extrañamente parecido al suyo. Y no es que odiara su nombre, de hecho le gustaba, aunque provocaba que los demás perros no conocieran con seguridad cuál era su sexo hasta que llegaban y le olían la cola. Los humanos, sin embargo, no podían conocer su género hasta después de levantarlo y, humillantemente, examinarle sus organos sexuales. Candy tenía un trauma, evidentemente, ya se lo había dicho el psicólogo, pero qué podía hacer él? Matar a su dueño, evidentemente. Lo intentó con nitroglicerina, pero no dio resultado, era demasiado explosiva. Lo intentó con rabanos, pero eran demasiado comestibles. Lo intentó con arandanos en almibar, pero nunca pudo conseguirlos en la tiendita de la esquina. Aunque en realidad no había tal "tiendita de la esquina" puesto que no estaba en la esquina, si no dos casas a la izquierda. Candy se pasaba las mañanas reflexionando el por qué se llamaba "tiendita de la esquina" cuando no estaba en la esquina. Iba a llegar ya a una conclusión bastante fiable y lógica cuando de pronto tuvo la idea más infalible para matar a Mr. Candy. Fiambres acaramelados. No habían fallado en la edad media, no habían fallado en las cruzadas, no habían fallado en la segunda guerra mundial, no habían fallado nunca y no fallarían ahora, puesto que eran infalibles. Candy tomó un par de fiambres y corrió agitando su pequeña cola en dirección a su dueño, "fiambres para mi, Candy, Candy no te vayas, Candy, hey, Candy, eres un cabrón, Candy, te voy a amarrar, Candy, dame esos fiambres, Candy". Candy le dio los fiambres y Mr. Candy devoró los fiambres. Candy corrió hacia la libertad y Mr. Candy se retorció hacia la muerte. Y así, la liberación, la felicidad, la alegría y todo, hasta que cruzó la calle y lo aplastó un minibus u.u

FIN

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