30.6.08

The Garden of Everything 000.1

by:

000.1:Prologue

Cuando había pasado ya bastante tiempo desde el supuesto nacimiento de Jesús de Nazareth, se levantó por fin.

Casi tres años después de que decidió comenzar a pensar, aunque a decir verdad, no había pensado mucho. Una parte del tiempo se dejó llevar, una vez más, por ese viento de tranquilidad y seguridad tan buscado estos días.

La parte restante del tiempo, la mayor parte, soñó. Soñaba, y era feliz soñando... Hasta que un sueño contrariaba a otro, entonces era infeliz. Porque no podía soñar lo que el quería. No podía controlar sus sueños.

Pensaba eso este día, después de levantarse, pero no podría pensar en nada más mientras continuara ahí, inmóvil, y él lo sabía. Salió de su refugio y vio la salida del sol al oriente.

“El día de hoy comienzo un viaje, que no sé cuando, ni como, terminará...”, pensó, mientras daba un paso afuera. Una lágrima rodó por su mejilla. Tenía miedo y se sentía de cierta manera infeliz por perder la seguridad que tanto le había costado obtener. La seguridad que él había pensado que lo haría inmensamente feliz, lo cual, de hecho, fue cierto, más no para siempre. Sin embargo, antes de comenzar a llorar recordó el sueño que tuvo la noche pasada.

Tenía un sueño cotidiano, pero por eso mismo agradable y sin sorpresas. Él era un árbol solitario cerca de un río. Veía aparecer el sol, tan perfecto como siempre, tan cálido como siempre. Disfrutaba mientras contemplaba todo su recorrido y tal parecía que el sol también lo miraba a él. Al momento en que el sol desaparecía en el horizonte, él despertaba y esperaba pacientemente para dormir una vez más y poder volver a soñar lo mismo.

Sin embargo, algunas veces, a pesar de su deseo por soñar con el sol, soñaba otras cosas. El seguía siendo el árbol, pero el cielo estaba nublado o era de noche. Si había nubes, él se entristecía, anhelaba que el sol apareciera, pero eso nunca sucedía. Si era de noche, él notaba a la luna y notaba que la luna también parecía mirarlo, pero en seguida dejaba de verla, aunque quería hacerlo, simplemente porque no era el sol. Quería despertar de esos sueños, que sólo lo hacían sentirse molesto consigo mismo, culpable, por querer ver a la luna...

Pasó el tiempo así, porque valía la pena soportar estos sueños por esperar al sueño habitual, siempre reconfortante.

Hasta que, la noche anterior a hoy, tuvo un sueño que nunca antes había tenido. Él volvía a ser el árbol, era de noche y la luna, por alguna razón, no se veía por ninguna parte. “Bueno, entonces no está tan mal”, pensó y miró arriba. Y vio algo brillante que jamás había notado con anterioridad. Primero pensó que era su imaginación, pero después notó que no sólo era una cosa brillante, sino muchas... cientos... miles... Todas juntas en el cielo y el jamás las había notado. Pero ahora no podía apartar la vista y se sentía enormemente culpable.

“¿Qué... qué son ustedes?”, pensó. Ninguna de las estrellas le contestó, quizá estaban muy lejos. Él bajó la mirada, seguramente despertaría pronto y olvidaría ese absurdo sueño de las lucecitas brillantes... De pronto miró arriba, sin saber la razón, y vio que una de las estrellas brillaba, o eso parecía, más que las demás. Pensó que quizá ella si lo escucharía. “¿Qué eres?”, pensó y tuvo que esperar unos minutos mirándola para recibir respuesta.

“Soy un sol”, escuchó, sin poder creerlo. Pero ya no pudo dejar de mirarla hasta que despertó.

La cita

by: Andryn

Soplaba el viento entre sus cabellos, jugaba con sus rizos, la despeinaba entre su vaivén. Caminaba altiva, serena, como quien va aplastando a los segundos. La veía desde la ventana, recargado en el sillón del abuelo, era todos los martes, los martes a las 3:30 de la tarde, no había día en que yo faltara a esa cita, secreta para ella, añorada por mí.

A veces un impulso de valentía me hacía correr hacia la puerta e intentar alcanzarla… pero nada, mis piernas flaqueaban a la hora de salir. Seguía aguardando el día en que ella volteara al ventanal y poder sonreír mientras agito mi mano suave, observándola con mis ojos llenos de profunda gratitud por mirarme…pero nada.

Ese nada ocurría siempre, me invadía hasta las entrañas, quería un día fallarle, me lo solía prometer, “uno de estos martes no me asomaré por la ventana”, y así lo hacía, hasta que llegaban las 3:30, entonces me disparaba al sofá, por temor de no hallarla.

Recuerdo una vez cuando paso con su vestido blanco, el cabello recogido y su sonrisa a lo largo, ahí estaba como siempre empapado con su encanto, hasta que ví que alguien más la tomaba de la mano, perdí el apetito, el sueño, la esperanza, pero no dejaba de concurrir al compromiso, imaginando que era yo el que la acompañaba. Pero un ciclo ella dejo de pasar, una, dos, tres semanas. Me enteré por no recuerdo quién, que había caído enferma, quise ir a visitarla, aún así no lo hice.
Hace un mes que el viento no sopla entre sus cabellos, sus rizos ya no se despeinan entre sus juegos, su elegante andar no mata el tiempo, y yo ya no acudo al asiento para esperarla

25.6.08

Can’t Travel to the Past (Time Travel Paradoxes II)

by:

-Viajar al futuro puede ser posible, a pesar de que aún no conocemos la forma -decía en conferencia el decano Lake-. Sin embargo, un viaje al pasado es científicamente imposible...
-Pero si aún no se conoce la forma, ¿no podría, hipotéticamente, existir una forma aún desconocida de viajar al pasado? -lo interrumpió un estudiante. Lake rió.
-Claro que no, las leyes de la física son siempre completamente exactas...
De pronto, un decano Lake, más viejo que el que daba la conferencia, apareció detrás del decano Lake y lo golpeó en la cabeza.

First Time Machine (Time Travel Paradoxes I)

by:

-¡Por fin! -exclamó el profesor Wells una tarde de verano del año 2063- ¡La primer máquina del tiempo!

Sin duda alguna ahora sería el científico más famoso de todos los tiempos. Y pensar que su jefe, el señor Bradbury, le había dicho cientos de veces que nunca lo lograría.

Pero lo había hecho y ahora podía renunciar, incluso. No sólo podía, lo haría. Al día siguiente iría con el señor Bradbury y le contaría todo. Le diría que planeaba venderlas en masa y se burlaría de él. “Pero no se preocupe, le regalaré una cuando estén a la venta”, le diría riéndose.

Corrió a avisarle a su esposa.

-¡Amor!¡Lo logré!... -comenzó.
-¿Lograr qué?
-¡Cree una máquina del tiempo! -dijo, completamente eufórico.
-¿Te sientes bien? -le preguntó ella. No parecía sorprendida, ni emocionada- Todos sabemos que la máquina del tiempo fue inventada hace años por tu jefe, el señor Bradbury.

Teardrop

by:

Nunca había podido decírselo. Ni tampoco lo podría notar. Cada vez que la veía, desde que la conoció, todo sucedía igual.

La primera vez fue cuando entró al salón de literatura al inicio del semestre. Llegó tarde y empapada por la lluvia de esa mañana de agosto. Él levantó la mirada y la vio, sin querer, sólo por curiosidad, pero no debió hacerlo. Se enamoró antes incluso de poder enfocarla con la mirada. Y ya estaba completamente a su merced cuando se sentó a sólo dos asientos del suyo.

Se había enamorado por primera vez y no sabía que hacer. Se limitaba a mirarla, como una manera de torturarse a sí mismo, porque tenía miedo. Temía que ella se diera cuenta, porque no sabía que hacía ni por qué lo hacía, mucho menos sabía que hacer si ella le dirigiese una sonrisa.

Ella, en cambio, no lo notó hasta la siguiente semana. Tenía esa sensación de ser observada por detrás. Se dio cuenta y se ruborizó. Él era guapo, ciertamente, pero nunca lo había escuchado hablar y, según parecía, no tenía amigos.

Sin embargo, o más bien, por esa misma razón, ella se sintió cada vez más atraída por él, aunque no estaba segura si en realidad le gustaba. Pero, ¿por qué otra razón la miraría todo el tiempo? Tenía que ser por eso... O quizá era autista. No lo sabía y nadie más lo sabía. Pero él la miraba siempre, y cada vez, pensaba ella, cada vez más intensamente. Ya no lo soportaba más, tenía que ponerle fin. Decidió hablarle.

Él la miraba, porque no sabía que otra cosa podía hacer. Si le hablaba quizá diría algo mal y entonces ella se podría molestar. No podía, porque jamás se lo perdonaría, nunca podría permitir que ella se enfadara con él. A veces pensaba que lo que hacía era ilógico, que ella terminaría por enojarse, se sentiría acosada y lo odiaría, “le diré lo que pienso”, pero no podía. Cada vez era más insoportable... Hasta que, de la nada, al final de la clase ella le habló.

Tendría que haberle pedido disculpas, tendría que haberse lanzado a sus pies y decirle que la amaba, que la había amado desde que la vio, no, desde siempre. Pero no lo hizo. No pudo hacerlo. La miró, solamente. Sin ninguna expresión.

Desde entonces la buscaba en los recesos y no perdía oportunidad de estar con ella, pero siempre aparentaba la misma indiferencia. Era horrible. Ella no podía hacer que dijera nada. Lo odiaba y al mismo tiempo cada vez se sentía más y más atraído a él, y eso la hacía odiarlo aún más.

Supo por un profesor que, efectivamente, él era autista, y pensó que quizá ella podría ayudarlo. Ella podía. Lo haría hablar y relacionarse con más personas. “Y entonces él también...”, pensó y se dio cuenta de que lo amaba.

Sonreía siempre y le hablaba de muchas cosas. Platicaba todo el día con él, en un incansable monólogo. Él escuchaba, indiferente, aunque por dentro quería lanzarse a sus brazos. Se sentía cada vez más triste, más cansado... y ni siquiera conseguía llorar. Nunca había podido.

Caminaban hacia su casa, las calles vacías, y ella le contaba acerca de su clase de inglés, “... es más difícil hablarlo que escribirlo, algunos de mis compañeros dicen que primero debo lograr pensar en inglés...”, decía.

“Es hermosa...”, pensó él, “... es mucho más que eso. Es perfecta. Hermosa y perfecta. Mejor que eso. Es... es...”. Y entonces no pudo más. Lloró por dentro, sin el mínimo gesto por fuera. La tomó del cuello y, antes de que ella pudiera decir algo, la arrojó al suelo. Nadie pasaba por ahí. Casi quedó inconsciente por el golpe, pero alcanzó a ver como él se ponía sobre ella y comenzaba a apretarle el cuello.

Él lloraba, sin llorar, mirándola fijamente a los ojos y al mismo tiempo mirando a la nada. Ella comenzó a perder la visión. Todo se veía borroso. Cerró los ojos. “¿Por qué?”, preguntó con un último aliento. “Porque te amo”, pensó él, pero no pudo decirlo. No pudo, maldita sea... Cerró los ojos al mismo tiempo que ella los abría por última vez.

Él sintió como la humedad resbalaba por su mejilla. Sonrió por dentro, era libre. La lágrima le cayó directamente en el ojo, pero ella nunca pudo verla.

23.6.08

Candy

by:

Momentos de locura, pueden estar pensando, mis estimados lectores, pero a final de cuentas, quiénes son ustedes? no tengo el más mínimo interés en satisfacer su insatisfacción, por mí pueden ir y leer una Eres o una Por Tí, la verdad me viene valiendo un soberano cacahuate garapiñado, como esos que venden en el centro de esta hermosa ciudad de Guadalajara, también conocida como la perla de occidente, o la perla tapatía, y la verdad no entiendo la razón ya que nunca he visto una asquerosa perla por toda la ciudad, y miren que he buscado debajo de autos, de camas, de rocas y de habichuelas. Pero nada! ni una miserable perla mágica voladora! y estoy seguro de que si no estuviera buscando una, aparecerían millones de ellas, porque un día estaba buscando garages y por alguna razón inesperada empezaron a llover calcetines sucios! increible, pero muy cierto, y al llegar a mi casa no podía encontrar tres de mis calcetines, por lo que supuse que no los había lavado, se habían evaporado y habían caído en esa lluvia tormentosa. Salí a buscarlos pero ninguno de sus amigos calcetines me supo dar razón de ellos. Le pregunté a los rayados e incluso a un par de tines, bastante apestosos, por cierto, pero nada. Se quedaban callados como si hubieran hecho un pacto de silencio entre ellos para no revelar algún terrible secreto acerca del origen de la lluvia de calcetines, o quizá del origen de la suciedad en los calcetines. Algo que jamás podremos saber, puesto que estos calcetines se niegan a hablar a pesar de las numerosas torturas a las que los sometí, incluso le quemé los pies a uno, como si fuera cuauhtemoc, pero pareció ignorarle y se convirtió en cenizas, sin si quiera quejarse. Son todos unos machos los calcetines, miren que aguantar sin emitir ni un gemidito de dolor extremo, eso es de hombres, señoras y señores, machos como esos ya no hay ahora, nada de las jotadas que se ven a diario, no, señoras y señores, no, machísimos, tan machos tan machos que no puedo decir cuan machos eran. Pero esto no termina aquí, porque le corté los brazos a otro y tampoco se quejó, incluso se veía igual a antes de que se los cortara, como si nunca los hubiera tenido. Así que he decidido olvidar a los calcetines y sus secretos milagrosos sobre como curar la peste bubónica, y mejor recordaré a ese pequeño perro, su nombre era Candy y le gustaba huir de su dueño, quien al parecer se daba sus toquezasos "bien machín" como el mismo lo diría con su labio leporino. Mr. Candy como cariñosamente lo llamaba su perro, corría detrás de éste último alrededor de una banca. Giraban y giraban como colegialas en apuros. Al final Candy decidió que Mr. Candy se lo llevara, pensando en otra manera de escapar y matarlo, porque lo odiaba tanto por amarrarlo, "no estoy de acuerdo con la esclavitud" le había dicho en incontables ocasiones, pero no lo demostraba al amarrarlo, "estuve en la correcional" decía, pero no parecía decirlo en serio cuando lo jalaba de su correa improvisada y extra corta que más bien parecía un trozo de cuerda para colgar la ropa, así que Candy vivía su vida pensando en como eliminar a su dueño, "el Mr. Candy", como lo llamaba "la Banda", bola de marihuanos, pensaba Candy, pero no podía decirlo, porque cuando lo intentaba sólo le salían woof woofs de perro callejero sometido a una esclavitud inmerecida por un dueño marihuano cuyo nombre era extrañamente parecido al suyo. Y no es que odiara su nombre, de hecho le gustaba, aunque provocaba que los demás perros no conocieran con seguridad cuál era su sexo hasta que llegaban y le olían la cola. Los humanos, sin embargo, no podían conocer su género hasta después de levantarlo y, humillantemente, examinarle sus organos sexuales. Candy tenía un trauma, evidentemente, ya se lo había dicho el psicólogo, pero qué podía hacer él? Matar a su dueño, evidentemente. Lo intentó con nitroglicerina, pero no dio resultado, era demasiado explosiva. Lo intentó con rabanos, pero eran demasiado comestibles. Lo intentó con arandanos en almibar, pero nunca pudo conseguirlos en la tiendita de la esquina. Aunque en realidad no había tal "tiendita de la esquina" puesto que no estaba en la esquina, si no dos casas a la izquierda. Candy se pasaba las mañanas reflexionando el por qué se llamaba "tiendita de la esquina" cuando no estaba en la esquina. Iba a llegar ya a una conclusión bastante fiable y lógica cuando de pronto tuvo la idea más infalible para matar a Mr. Candy. Fiambres acaramelados. No habían fallado en la edad media, no habían fallado en las cruzadas, no habían fallado en la segunda guerra mundial, no habían fallado nunca y no fallarían ahora, puesto que eran infalibles. Candy tomó un par de fiambres y corrió agitando su pequeña cola en dirección a su dueño, "fiambres para mi, Candy, Candy no te vayas, Candy, hey, Candy, eres un cabrón, Candy, te voy a amarrar, Candy, dame esos fiambres, Candy". Candy le dio los fiambres y Mr. Candy devoró los fiambres. Candy corrió hacia la libertad y Mr. Candy se retorció hacia la muerte. Y así, la liberación, la felicidad, la alegría y todo, hasta que cruzó la calle y lo aplastó un minibus u.u

FIN

Never Look at the Sun

by:

Era una mañana tan normal como siempre.
Iba a la escuela y era un poco tarde, así que decidí no cruzar por el mercado.
Tomé una calle que nunca había tomado. No había luces y aún estaba oscuro, pero iba muy rápido, así que no me importó.
Seguí caminando, pero no podía ver el final de la calle.
Me di la vuelta: estaba más oscuro atrás. O así parecía.
Comencé a sentirme nervioso, así que corrí. Pero la calle siguió infinita.

-Esto... nunca termina.. -pensé.
-¿Crees eso? -dijo la voz de un hombre.

Me congelé. La voz había venido de la izquierda. Pero había una pared a la izquierda.
Un hombre con barba apareció por la derecha.

-Pero... lo escuché por la.. -pensé.
-Izquierda. Sí, lo sé -dijo él.

Intenté correr, pero mis piernas no respondían.

-No te vayas tan pronto. Tengo algo que mostrarte.
-Qué... ¿Qué es?
-Cálmate. Te mostraré la forma de llegar a la Verdad.

-Debes bromear!, tú.. -pensé.
-Suficientes pensamientos. Te la mostraré aún cuando no quieras verla, pero primero tienes que creer.
-No puedo creer semejante...
-Puedes y lo harás. Hagamos un pequeño experimento. Te mostraré una pequeña parte de la Verdad.

Dicho esto, me golpeó con su mano en la nuca. Me desmayé.

Cuando desperté, todo era blanco a mi alrededor.

-Pregunta algo -me ordenó la voz del hombre, que sonaba por todas partes.
-¿Preguntar? -dije, confuso.
-Sí, preguntar -contestó una voz.

No era la voz del hombre. Ni siquiera era la voz de un hombre. Pero tampoco era la voz de una mujer. Parecía como si la voz saliera de mi interior.

-¿Quién... quién eres?
-Yo soy todo y soy nada -contestó.
-¿Estoy... muerto? -pregunté.
-No -me contestó la voz.
-El hombre que me golpeó, ¿quién es él? -pregunté.
-Un mensajero que he enviado a buscarte.
-¿A mí?...
-Sí.
-... ¿Por qué a mí?
-Has sido elegido. Puedes ver toda la Verdad, si te atreves...
-¿La Verdad?
-Sí. La Verdad.
-No sé... ¡No sé que hacer! ¿Qué pasará si no quiero hacerlo?
-No puedo decírtelo: No lo entenderías, a menos que conocieras la Verdad.
-Mira, voy tarde a la escuela y ustedes me entretienen con enigmas. ¿En dónde estoy?
-En el centro del universo.
-Realmente tengo prisa y quisiera irme de aquí. No me gusta. Me siento sólo... ¿Hay una forma de salir de aquí?
-Para salir de este lugar, debes desear conocer la Verdad.
-Entonces acepto. ¡Quiero conocerla!

...

Desperté y me di cuenta de que estaba en mi cama.

-¡Un sueño! -pensé.
Intenté recordar el sueño, pero todo lo que venía a mi mente era la última parte: "¡Quiero conocerla!"
Me puse a meditar unos minutos acerca de que era aquello que quería conocer.

Escuché la voz de mi madre en el piso de abajo:
-¡Vas a llegar tarde a la escuela!
El reloj marcaba las 6:40.

Me vestí deprisa y salí de mi casa a toda prisa.
-Hoy es martes... ¡Es día de mercado! -pensé. Así que decidí buscar una ruta alterna.
Tomé una calle que nunca había tomado. Caminé unos minutos, pero no podía ver el final de la calle.
Me detuve de pronto. Creí recordar la situación, como si ya hubiera pasado antes.
-Deja vu -pensé.
-Casi -me dijo el hombre de mi sueño.
Comencé a recordar.
-... Y entonces este sujeto me golpeaba... -eso pensaba, cuando un golpe en la nuca me derribó.

Al despertar, todo a mi alrededor era blanco.
-Pregunta algo -me ordenó la voz del hombre.
-Espera... me golpeaste y justo antes yo... recordaba...
-El sueño -me contestó el hombre-. Ahora pregunta algo.
-¡Ah sí! ¡Ya me acuerdo ahora! Acepté conocer la Verdad, ¿no es cierto?
-Sí, lo es -me contestó la voz sin género.
-¿Qué tengo que hacer entonces?
-Cerrar los ojos un momento cuando yo te diga. Después, cuando vuelvas a abrirlos estarás frente a tu escuela. Pero ya no tendrás que ir, porque lo sabrás todo.
-No se me había ocurrido... voy a saberlo todo y podré hacer lo que quiera. Seré mucho más que cualquier hombre. ¿Alguien más ha visto la Verdad?
-Nadie que aún viva.
-¡Entonces seré el ser más poderoso sobre la tierra! ¡Por fin podré...!
-Ya es el momento. Cierra los ojos.
Obedecí en el acto.

Cuando los abrí, estaba, efectivamente, frente a mi escuela. O eso me hubiera parecido si no conociera la Verdad. Era demasiado.
Podía ver absolutamente todo de cada cosa que pasaba por delante de mí. Que era. Que pensaba. Que había sido. Todo.
Cerré los ojos desesperadamente, pero entonces me di cuenta de que podía escuchar cosas. Y cada sonido se representaba en mi mente como un conocimiento completo.
Conocía el sabor del árbol, aquel árbol donde cantaba un pájaro, ese pájaro era negro, aunque no lo había visto nunca, y medía 27 centímetros.
-27 centímetros, 10.6299212598425196850393700787402 pulgadas -pensé sin querer.
Fui a una tienda y tomé un cuaderno, el mismo donde estoy escribiendo esto, un lapiz y un arma. El personal intentó detenerme, así que los maté a todos. Sé que es lo que hay más allá, de todas maneras.

Esto sucedió hace una hora, tres minutos y veintiocho segundos, según sé. Escribo esto como mi último testimonio. No puedo vivir así. Nadie puede. Lo sé.

20.6.08

La Puerta Estaba Abierta

by:

La puerta estaba abierta.

Iba caminando sin ir a ningún lugar cuando vi la casa. Era más grande de lo que la recordaba, o eso parecía.

Me acerqué, mientras recordaba todo lo que había escuchado acerca de esa casa cuando vivía en la ciudad, hacía ya mucho tiempo.

Presioné el timbre, pero no escuché ningún sonido, así que toqué la puerta. Cuando lo hice, me di cuenta de que no estaba cerrada. La empujé y entré.

“Una casa común y corriente”, pensé. La puerta se cerró detrás de mí. Me di la vuelta, asustado, pero comprendí que debía haber sido el viento.

-¿Qué puedo hacer por usted?- escuché la voz de una anciana en el piso de arriba.
-Ah, lo siento, señora, la puerta estaba abierta y…- respondí, nervioso.
-Pero ahora está cerrada, ¿verdad?
-Pues sí, parece que el viento la cerró…
-Ah, claro, el viento… Debería tener más cuidado, joven…
-Bueno, discúlpeme, ya debo irme…- dije, abriendo la puerta.

“Una casa común y corriente”, pensé. La puerta se cerró detrás de mí. Me di la vuelta, muy asustado.

-¿Qué puedo hacer por usted?
Estaba de nuevo dentro de la casa.

Y el objetivo es...?

by:

“¿Y el objetivo es?”, me pregunté a mí mismo

-¿Tiene qué haber un objetivo? -me contestó mi inconsciente.

No, no hay ninguno. Simplemente estoy frente al monitor, con toda esa horrible melancolía.

Me persigue. O más bien no me deja escapar, por más que quiero.

-¿Quieres en realidad?

...
A veces odio a mi subconsciente. Siempre encuentra exactamente la pregunta que me molesta.

Como sea, sin desearlo en realidad...

-¿En realidad?

... Sin estar seguro de desearlo, comencé a pensar y después a leer. Y ahora a escribir.

Y ni siquiera sé qué quiero escribir. O para qué...

-No tiene que haber objetivo, recuérdalo.

Ah, es verdad. De cualquier manera, creo que no podría encontrar ninguno. Pero debería saber lo que quiero escribir.

-O simplemente irte dando cuenta mientras lo escribes.

Llueve. Ha llovido todo el día, en intervalos. Pero ahora no sólo lo noto, sino que me molesta. Vuelvo a darme cuenta que odio la melancolía.

La melancolía es como la lluvia. No puedes predecir cuando llega. Ni tampoco cuando se irá. Te hace extrañar el pasado. Pero nunca ese pasado que quieres recordar. El pasado que es hermoso y que también es presente y, al menos eso esperas, también es futuro.

No.

La lluvia es como la melancolía. Te hace recordar el pasado que ya nunca volverá. No el que crees que no volverá, sino el que sabes que no volverá.

Y por si no fuera suficiente, te hace creer que puede volver. Te hace desear que vuelva, aunque en realidad no quieras que vuelva. Y no sólo eso, sino que cuando lo piensas, cuando piensas “no, en realidad no quiero que vuelva”, te hace pensar en lo subjetiva que es esa realidad. Que si en realidad no quisieras que volviera no lo estarías pensando. Que en realidad el hecho de pensarlo es la prueba irrefutable de que es tu deseo.

Escribo, pues, esta madrugada, sin ningún objetivo.

Soñar Despierto

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Se levantó esa noche con la certidumbre de que podía hacerlo. Una de esas certezas inexplicables, causadas por una combinación de adormecimiento y exceso de heroína. Debía seguir dormido, por supuesto, pero el sueño había sido tan real, que todo su cuerpo quería experimentarlo en realidad.

Despertó sin darse cuenta. Sin poder diferenciar el sueño de la realidad. Aún soñaba, pero estaba despierto. Todos los demás en la habitación, a quienes él llamaba amigos, aunque no fueran sus amigos, simple escoria, pensaba él siempre, sin poder nunca decirlo, sabía dios por qué..., todos los demás dormían bajo el efecto de alguna droga, así que ni siquiera lo notaron.

Era un edificio abandonado, buen escondite para pasar algunas noches “bien”, en una ciudad, en un mundo, en donde era imposible estar bien. Eligieron el doceavo piso, no porque les gustara subir escaleras, sino porque así tenían más tiempo de huir, o esconderse, “por si nos cae la chota”.

No hubiese habido ninguna desventaja en elegirlo así, sí él no hubiera soñado despierto esa noche. O si no hubiera soñado eso, en primer lugar. Pero lo soñó.

Comenzó a correr, extasiado por lo que estaba a punto de hacer. Sentía el poder. Nadie más podía hacer lo que él. Se imaginó como sería cuando los demás se dieran cuenta. Seguro aparecería en el periódico y todos querrían hablar con él. “... y adiós a esta vida asquerosa”.

Corrió más rápido de lo que hubiera podido correr en condiciones normales. Llegó a la azotea. Ya había sobrepasado la velocidad necesaria, era evidente, pero quiso alardear un poco y aceleró aún más, hasta que llegó justo al borde y saltó.

Una de sus “amigas” despertó al sentir su propia orina en su entrepierna y olvidó terminar de quitarse el calzón empapado cuando escuchó las pisadas sobre su cabeza. Miró a la ventana y lo vio.

-¡Está volando! -dijo.