25.7.08

Pesadilla

Se sentó en la cama de golpe, a mitad de la madrugada. Su cuerpo empapado en sudor frío, su respiración acelerada. Estaba tan asustada que le costó casi un minuto darse cuenta de que había despertado.

Puso la mano en el pecho y sintió como los latidos de su corazón volvían a la normalidad. Muy lentamente. Pensó, para tranquilizarse, que tales cosas no podían existir. “Despierta... ¡Despierta!”, había pensado y de inmediato estaba en su habitación. Había sido sólo su imaginación. Suspiró, convencida. Volvió a acostarse.

Justo antes de cerrar los ojos, giró su cabeza un poco a la izquierda. Y lo vio.

-¡Despierta! ¡Despierta! -dijo, pero no funcionó.

19.7.08

Infantil

Estaba recostada abrazándose así misma, un dolor mental le carcomía el corazón…

-¿El amor?-... era la vigésima vez que lo pensaba y siempre venía la misma imagen. Hace años cuando era niña mientras veía a su hermana alistarse para verse con aquél que llamaban “el novio”. La observaba y columpiaba los pies en la silla junto al tocador, un poco de rimel en las pestañas, rubor en las mejillas y después de ponerse labial hacía como que lanzaba un beso, a ella le gustaba cuando su hermana hacía eso y se miraba tres veces al espejo para asegurarse de que estaba perfecta. –Apúrate ya esta aquí- se escuchaba desde abajo gritar a su madre – Ya voy- era la respuesta de siempre. Antes de bajar su hermana le pintaba los labios y sonreía, -Nos vemos nena - Ella se quedaba ahí, con la boca pintada, los ojos grandes de muñeca, se paraba de un salto, se miraba al espejo tal como había visto hace un momento y soltaba una carcajada –Debe ser tedioso hacer esto todos los días, no quiero crecer-. Suspiraba, realmente le hubiese encantado quedarse así, jugando a contar los pasos, la mayor ofensa que te podían hacer era que te “sacaran” la lengua, el mejor sueño era volar…Como ansiaba regresar a ello.

¿El amor? Vigésima primera, realmente estaba muy cansada del tema. Se levantó de golpe, tomó un labial rojo, se coloreó los labios y después se miró tres veces al espejo… -Aún no he crecido-

14.7.08

Was (Not) Only a Dream

Despertó esa mañana y se dio cuenta de que aún estaba dormido. Recordó el sueño que acababa de tener.

Mientras iba por la calle, veía a una chica que él nunca había visto antes y ella, en lugar de ignorarlo o mirar hacia otro lado, lo miraba y le sonreía. Él se detenía, sin poder creerlo y ella, como para hacerlo aún más increíble, le daba un pedazo de papel con su número de teléfono. Después, el estaba en casa, y la llamaba. Contestaba su padre, molesto. Le decía que ella era su princesa y que siempre había sido así y que no le permitiría acercarse a ella. Lo siguiente que recordaba era que ella lo llamaba y lo citaba en un parque. Inmediatamente después, estaban en un parque que tampoco conocía y, justo cuando él preguntaba por qué había desobedecido a su padre, ella lo besaba.

Todo había sido tan dramático que no podía pensarse que hubiese sido real. Pero él sabía que aún estaba dormido. No podía haber otra explicación. Sonrió, mientras se dejaba llevar por el primer sueño de la noche.

12.7.08

Helado de Chocolate

Preparó todo para ese sábado. Se había bañado antes de dormir, y una vez más en la madrugada, antes de ir al trabajo. Estaba recién rasurado y usaba su camisa favorita, aunque el mandil naranja con el logotipo de la tienda la ocultaba en su mayor parte.

“Hoy es el día”, pensó al entrar a la tienda. Olía a perfume, esa loción que muy pocas veces había usado. Y había ensayado el pequeño discurso al menos una docena de veces frente al espejo. Esperó.

El tiempo pasaba muy lentamente y él miraba sobreexcitado cada vez que las puertas automáticas se abrían, aunque aún no pasaba el medio día y la persona que esperaba llegaría hasta el atardecer, como si fuera a aparecer ahí de improviso.

Pero no apareció antes del medio día, ni tampoco después. A medida que el reloj avanzaba, la espera se hacía más difícil y no dejaba de recordar la última conversación que habían tenido.

-¿Vas a llevar algo más? -le preguntó, mientras la miraba a los ojos.
-No, es todo... -contestó ella, desviando la mirada, como siempre. Era cliente poco frecuente, cada semana, como mucho.
-Muchas gracias... -empezó a despedirse él, resignado a nunca lograr entablar una conversación con ella.
-Quería helado de chocolate, pero no hay... -dijo ella. Era un detalle insignificante, pero se había salido de lo cotidiano.
-Ah, sí... lo siento -se ruborizó-... Pero el sábado puede que... no, yo mismo iré a surtirlo.
-Está bien, entonces regreso el sábado en la tarde-dijo ella, y le sonrió. Era jueves.

Pero no regresó. Llegó la hora de cerrar y todavía esperó quince minutos más, hasta que se convenció de que no podía ir después de las diez de la noche. “Quizá mañana”, pensó para intentar consolarse, aunque no lo consiguió.

Volvió a arreglarse igual que la vez anterior, como si volviera a ser sábado. Volvió a esperarla todo el día y ella volvió a dejarlo plantado. O al menos eso pensaba él, mientras cerraba la cortina metálica del local. No pudo dormir, pensando en ella.

Los siguientes dos días hizo lo mismo, con iguales resultados. Y entonces, molesto, cambió de actitud. Aún esperaba verla llegar, pero ya no le importaba su indumentaria ni tampoco llevaría perfume. No le daría el helado de chocolate, con una sonrisa. Ni le diría el discurso con el que pensaba declararle su amor. No.

Ya no le importaba ella. Bien podía nunca regresar, le daba igual. Y si regresaba, entonces se vengaría por todo lo que había sufrido, lo cual ella seguramente ni siquiera notaría, claro, porque no le importaba él. Nunca le importaría. Esperó tres días más para poder vengarse.

La vio cruzando la calle. Perfecto. En cuanto pasara por la puerta le diría que no había comprado el helado, porque no había tenido ganas. Fingiría olvidar el “muchas gracias” al final de la compra y no la miraría ni una sola vez. Así aprendería que no era el centro del universo.

Entró y se dio cuenta de que él veía hacia otra dirección. Lo miró, extrañada por la expresión de fingido desinterés. Él la vio de reojo y no pudo más.

-Ya tengo el helado que me encargaste -le dijo, sonriendo.

9.7.08

Regalo

Vi su regalo en el piso, en el mismo lugar donde las había dejado la tarde anterior. Estaban debajo de una piedra, para que el viento no pudiera llevárselas.

Me había dicho que no podía quedarse más, pero si quería seguirlo, él estaría feliz. Lo dudé, así que él dijo que no tenía porque contestar ahora, que me dejaría un regalo, para que pudiera seguirlo cuando estuviera lista. Y se fue.

Las miré y pensé en él. Había llegado repentinamente a la aldea. Algunos dijeron que era un demonio, otros, menos dramáticos, que podía ser un hechicero. Pero yo sabía que no. Pasé los dos días que se quedó como su única compañera. A él no parecía molestarle el hecho de que sólo yo hablara con él. Yo por fin podía hablar con alguien cómodamente... y, justo cuando pensaba que estaríamos juntos mucho tiempo, él se había ido.

Quería seguirlo, pero, ¿podría?... Iba a tener que dejar la seguridad para iniciar una aventura. Él había dicho que el regalo funcionaba a la perfección, que podría encontrarlo sin duda, y no es que no confiara en él. El problema era que no confiaba en mí misma.

Cuando comenté que quería irme con él, todos en la aldea se opusieron. Dijeron que era una trampa, que el hechicero quería engañarme para terminar con mi vida. Quizá yo misma lo hubiese pensado, si no lo conociera. Pero ese no era el caso, lo haría de cualquier manera, si lograba ser lo suficientemente valiente, claro.

Recordé en mi rutina diaria y me di cuenta de cuánto me gustaba, a pesar de haberla odiado tanto en el pasado. “Es sólo el miedo a lo desconocido”, pensé, pero no podía evitar sentir ese miedo. Sabía que lo más probable era que mi vida mejorara. Podría ser feliz. Pero no podía dejar de imaginar lo terrible que sería si no salía como lo esperaba.

“Mi vida aquí no es mala”, pensé. Quizá un poco monótona, pero no mala. Aunque seguro que podría ser mejor, mucho mejor. Vi en el piso el boleto hacia “mucho mejor”, pero de nuevo pensé en posibles contratiempos en el viaje, los que no sólo podían hacerlo un viaje difícil, sino incluso evitar que llegara allá.

Cerré los ojos para concentrarme y pensé que sólo era cuestión de decidirse. Si me quedaba todo seguiría igual. Si me iba... no lo sabía, pero no podía ser mucho peor... Sólo cuestión de decidirse.

Abrí los ojos, mirando hacia el abismo, la aldea a mis espaldas. No miraría atrás. Lancé la piedra al precipicio, tomé el regalo y comencé a ponérmelo.

Terminé de colocarme las alas al mismo tiempo que escuché la piedra caer al fondo y, sin darme tiempo para pensarlo, salté y me fui volando.

Decepción

by:

“No es la primera vez que me ocurre...”, pensó otra vez, mientras aguantaba las ganas de llorar.

Era cierto, había sido rechazado varias ocasiones, al menos tres, aunque no se comparaban con la cantidad de aceptaciones. “... de nada me sirve que sean más de veinte”, pensó. Con gusto hubiese cambiado quince de esas victorias por fracasos si así hubiese obtenido un sí esa última vez.

No estaba seguro de qué había hecho mal. Y casi estaba seguro que no había hecho algo mal. Se frotó el rostro con las palmas de ambas manos y respiró hondo.

Molesto, pensó que había otras chicas en el mundo. Le dejó de interesar el hecho de que la única que realmente le importaba, quizá la que más le había importado alguna vez en su vida, era Angie. Llamó a una de ellas, a quien apenas conocía.

Dulce. O al menos así estaba escrito en el pedazo de papel, arriba de su número de celular. La había conocido en una fiesta, más o menos por las fechas en que había conocido a Angie, y había olvidado el papel con su teléfono, junto a su interés por ella, en un cajón cuando su atención se concentró en Angie. El teléfono sonó un par de ocasiones antes de que contestara.

-¿Hola? -se escuchó por la bocina.
-¿Dulce...? -dijo él y se arrepintió de haberla llamado.
-¿Eres el chico de la fiesta, verdad?

“Ni siquiera recuerda mi nombre”, pensó él. Se quedó un momento en silencio, a punto de colgar, pero le vinieron a la mente las palabras de Angie. “Por ahora creo que no deberíamos... quizá después...”. Había dicho quizá, pero hubiera sido mejor que dijera que no, de todos modos daba lo mismo y él lo sabía de sobra.

-¿Hola...?
-Lo siento -dijo, convencido nuevamente-... Sí, soy yo... Me preguntaba si querrías salir conmigo uno de estos días.
-¡Me encantaría! -él no estaba sorprendido, sabía que le gustaba, pero fingió estarlo.
-¡Genial! Entonces... ¿Te veo mañana en la plaza a las cinco?
-¡Claro...!
-... Buenas noches, entonces -la interrumpió y colgó.

Se acostó en su cama. Había oscurecido desde hacía más de dos horas, pero la luz seguía apagada. Sin moverse, miró el cielo por la ventana. La luna parecía más grande de lo normal. Una lágrima resbaló sin control por su mejilla.

“A Angie le gusta la luna”, pensó sin querer.

7.7.08

Frío

by:

Además de la conocida, casi omnipresente esos últimos días, sensación de vacío en el estómago, sintió frío.

Llevó las manos a los antebrazos contrarios, en un acto reflejo para controlarse. Sintió deseos de apretarse contra sí mismo hasta quedar en posición fetal, pero recordó que estaba en la calle. No podría contestar nada cuando alguien se acercara a preguntarle qué le sucedía. Porque ni siquiera él sabía con certeza qué ocurría.

Siguió su camino, intentando ignorar las gotas de sudor frío que resbalaban por su espalda y los latidos de su corazón, que podía escuchar... “Todos pueden escucharlo”, pensó. Se detuvo un momento para calmarse.

No había notado qué era lo que lo había causado esta vez, o no lo recordaba. Daba lo mismo, porque no era la causa original. Los ojos se le llenaron de lágrimas, antes de que pudiera darse cuenta. Se recargó contra la pared. Respiraba con dificultad, de forma entrecortada. Cerró los ojos.

“Padre nuestro, que estás en el cielo...”, comenzó, pero recordó que no creía en dios desde hacía bastante tiempo. Se llevó las manos al rostro, ya bañado en lágrimas. Dejó de importarle el hecho de estar en la calle. Lentamente se agachó hasta terminar sentado en el piso, llorando.

Una señora pasaba por ahí y pensó que quizá necesitaba ayuda.

-¿Estás bien? ¿Qué tienes?

“¡No lo sé!”, quiso gritarle, pero en lugar de eso, la vio.

Se peinaba frente a un gran espejo, en algún lugar inalcanzable, sin siquiera imaginar lo que ocasionaba, sin pensar en él, sin siquiera darle el mínimo de importancia. Ya no quería verla, por un instante pensó que la odiaba por ser tan egoísta... cuando de pronto ella soltó una risita, miró al lugar en el espejo donde debería estar él y sonrió. Y entonces lo supo.

Abrió los ojos de golpe y clavó sus ojos en los de la señora, sin mirarla. Ella, asustada, intentó huir, pero él la inmovilizó por el brazo, tenía que decirle a alguien. Gritó, con la mirada completamente perdida.

-¡La amo!