22.10.08

"Marea"

No hay nadie que ayude a la tortuga ...

se esta hundiendo y no hay nadie.

Es solo una tortuga, asi que ¿Para que preocuparse?, hay muchas en el mar de cualquier manera ...

La tortuga sigue preguntandose, si habra alguien en este mundo a quien realmente le importe ...

Es que acaso, no hay nadie .... nadie, quien pueda comprenderla?

Y entonces se da cuenta la tortuga de su error ...

Hay muchas criaturas observandola, buscan una manera de ayudarla pero entonces ...

¿Porque no logran salvarla?

Porque todas esas criaturas que intentan ayudarla tienen las patas muy cortas como para salvarla de la marea.

La tortuga sabe que esta por morir.

Pero decide que es lo mejor ...

con la marea no solo se ira ella ...

si no tambien la soledad ....

10.10.08

Insospechado Anhelo (parte I)

Mientras todos te veían como un simple individuo más en este mundo
para mí lo eras todo...
desde que tu mirada se cruzó con la mía
yo vi en tus ojos algo que nunca fui capaz de comprender
y no era que quisiera tenerte siempre a mi lado
solo quería acompañarte para verte bien y sentirte feliz

tu felicidad me hacía plena
y tampoco era capaz de entenderlo...

27.9.08

Creo

Me preguntas que si creo en el amor…

Podría decir que no y estarte mintiendo, porque hay algo que nace dentro de mí, elevándose por los estrechos pasillos de mis venas, interviniendo en la función de mi cerebro…

También contestar que sí sería un engaño, la brújula de mi incauta razón no encuentra la dirección correcta, me revuelvo entre insaciables notas de sucesos extraños en el maletín de amnesia…

Un “no sé”, no sería suficiente para una pregunta concreta, es una vaga escapatoria, la puerta hacia un lecho de rosas que por bellas y suaves terminan punzando más allá de tu cuerpo…

Quiero pensar que estoy tomando la decisión correcta y no me voy a arrepentir de lo que diga…

Creo en los abriles sin primavera, como en los inviernos más cálidos. Creo que la vida es una novela, y las novelas no muestran la verdad. Creo que las mentiras ahogan lento para no sentir, y el sentir es una mentira que solemos dejar fluir. Creo en las lunas ambulantes en los ojos de un niño, como en los abundantes niños que pasean en la luna. Creo en un enamorado empedernido amante del amor y no de alguien más… Y creo en ti, eso debe bastar…

20.8.08

Sal

¡Mírame! Fue la orden que me dio, abrí lentamente los ojos, un trago amargo recorrió mi garganta, y mis piernas temblaron con solo darme cuenta de quien se trataba, pero no me moví. ¡Mírame! Volvió a repetir con mayor intensidad, en ese momento, mi mente rodaba en la idea de que debía hacerlo, pero seguí estática, hasta que sus manos estrujaron mis hombros y me di vuelta, sus dientes mordían mis labios, mírame, fue más una suplica de niño, por primera vez sentí húmedas mis mejillas a causa de sus lágrimas, un sabor exquisitamente deprimente.

Hacia ya tres meses que me había quedado ciega, él se había marchado desde antes, siempre tuvo razón... jamás lo vería llorar.

19.8.08

Idiota

Fue tan triste darme cuenta de que, no importaba cuánto trataba de disfrazarlo, la verdad es que ya estaba enamorado. Y quizá esa misma imposibilidad de estar, precisamente, con aquella a quien en realidad amaba, era lo que provocaba que quisiera estar con alguien más.

Una de tantas cosas que piensas en la madrugada, cuando estás casi a punto de dormirte y dejar de pensar.

La recordé. La vi sonreír, como la había visto hacerlo tantas veces. Sonreí también, sin abrir los ojos para que no fuera a desaparecer de mi imaginación. La vi darse la vuelta y supe que su sonrisa, aún en mis sueños, era sólo de amistad.

Contraje los músculos involuntariamente. “Idiota”, pensé, sin saber en realidad si me refería a ella o a mí.

25.7.08

Pesadilla

Se sentó en la cama de golpe, a mitad de la madrugada. Su cuerpo empapado en sudor frío, su respiración acelerada. Estaba tan asustada que le costó casi un minuto darse cuenta de que había despertado.

Puso la mano en el pecho y sintió como los latidos de su corazón volvían a la normalidad. Muy lentamente. Pensó, para tranquilizarse, que tales cosas no podían existir. “Despierta... ¡Despierta!”, había pensado y de inmediato estaba en su habitación. Había sido sólo su imaginación. Suspiró, convencida. Volvió a acostarse.

Justo antes de cerrar los ojos, giró su cabeza un poco a la izquierda. Y lo vio.

-¡Despierta! ¡Despierta! -dijo, pero no funcionó.

19.7.08

Infantil

Estaba recostada abrazándose así misma, un dolor mental le carcomía el corazón…

-¿El amor?-... era la vigésima vez que lo pensaba y siempre venía la misma imagen. Hace años cuando era niña mientras veía a su hermana alistarse para verse con aquél que llamaban “el novio”. La observaba y columpiaba los pies en la silla junto al tocador, un poco de rimel en las pestañas, rubor en las mejillas y después de ponerse labial hacía como que lanzaba un beso, a ella le gustaba cuando su hermana hacía eso y se miraba tres veces al espejo para asegurarse de que estaba perfecta. –Apúrate ya esta aquí- se escuchaba desde abajo gritar a su madre – Ya voy- era la respuesta de siempre. Antes de bajar su hermana le pintaba los labios y sonreía, -Nos vemos nena - Ella se quedaba ahí, con la boca pintada, los ojos grandes de muñeca, se paraba de un salto, se miraba al espejo tal como había visto hace un momento y soltaba una carcajada –Debe ser tedioso hacer esto todos los días, no quiero crecer-. Suspiraba, realmente le hubiese encantado quedarse así, jugando a contar los pasos, la mayor ofensa que te podían hacer era que te “sacaran” la lengua, el mejor sueño era volar…Como ansiaba regresar a ello.

¿El amor? Vigésima primera, realmente estaba muy cansada del tema. Se levantó de golpe, tomó un labial rojo, se coloreó los labios y después se miró tres veces al espejo… -Aún no he crecido-

14.7.08

Was (Not) Only a Dream

Despertó esa mañana y se dio cuenta de que aún estaba dormido. Recordó el sueño que acababa de tener.

Mientras iba por la calle, veía a una chica que él nunca había visto antes y ella, en lugar de ignorarlo o mirar hacia otro lado, lo miraba y le sonreía. Él se detenía, sin poder creerlo y ella, como para hacerlo aún más increíble, le daba un pedazo de papel con su número de teléfono. Después, el estaba en casa, y la llamaba. Contestaba su padre, molesto. Le decía que ella era su princesa y que siempre había sido así y que no le permitiría acercarse a ella. Lo siguiente que recordaba era que ella lo llamaba y lo citaba en un parque. Inmediatamente después, estaban en un parque que tampoco conocía y, justo cuando él preguntaba por qué había desobedecido a su padre, ella lo besaba.

Todo había sido tan dramático que no podía pensarse que hubiese sido real. Pero él sabía que aún estaba dormido. No podía haber otra explicación. Sonrió, mientras se dejaba llevar por el primer sueño de la noche.

12.7.08

Helado de Chocolate

Preparó todo para ese sábado. Se había bañado antes de dormir, y una vez más en la madrugada, antes de ir al trabajo. Estaba recién rasurado y usaba su camisa favorita, aunque el mandil naranja con el logotipo de la tienda la ocultaba en su mayor parte.

“Hoy es el día”, pensó al entrar a la tienda. Olía a perfume, esa loción que muy pocas veces había usado. Y había ensayado el pequeño discurso al menos una docena de veces frente al espejo. Esperó.

El tiempo pasaba muy lentamente y él miraba sobreexcitado cada vez que las puertas automáticas se abrían, aunque aún no pasaba el medio día y la persona que esperaba llegaría hasta el atardecer, como si fuera a aparecer ahí de improviso.

Pero no apareció antes del medio día, ni tampoco después. A medida que el reloj avanzaba, la espera se hacía más difícil y no dejaba de recordar la última conversación que habían tenido.

-¿Vas a llevar algo más? -le preguntó, mientras la miraba a los ojos.
-No, es todo... -contestó ella, desviando la mirada, como siempre. Era cliente poco frecuente, cada semana, como mucho.
-Muchas gracias... -empezó a despedirse él, resignado a nunca lograr entablar una conversación con ella.
-Quería helado de chocolate, pero no hay... -dijo ella. Era un detalle insignificante, pero se había salido de lo cotidiano.
-Ah, sí... lo siento -se ruborizó-... Pero el sábado puede que... no, yo mismo iré a surtirlo.
-Está bien, entonces regreso el sábado en la tarde-dijo ella, y le sonrió. Era jueves.

Pero no regresó. Llegó la hora de cerrar y todavía esperó quince minutos más, hasta que se convenció de que no podía ir después de las diez de la noche. “Quizá mañana”, pensó para intentar consolarse, aunque no lo consiguió.

Volvió a arreglarse igual que la vez anterior, como si volviera a ser sábado. Volvió a esperarla todo el día y ella volvió a dejarlo plantado. O al menos eso pensaba él, mientras cerraba la cortina metálica del local. No pudo dormir, pensando en ella.

Los siguientes dos días hizo lo mismo, con iguales resultados. Y entonces, molesto, cambió de actitud. Aún esperaba verla llegar, pero ya no le importaba su indumentaria ni tampoco llevaría perfume. No le daría el helado de chocolate, con una sonrisa. Ni le diría el discurso con el que pensaba declararle su amor. No.

Ya no le importaba ella. Bien podía nunca regresar, le daba igual. Y si regresaba, entonces se vengaría por todo lo que había sufrido, lo cual ella seguramente ni siquiera notaría, claro, porque no le importaba él. Nunca le importaría. Esperó tres días más para poder vengarse.

La vio cruzando la calle. Perfecto. En cuanto pasara por la puerta le diría que no había comprado el helado, porque no había tenido ganas. Fingiría olvidar el “muchas gracias” al final de la compra y no la miraría ni una sola vez. Así aprendería que no era el centro del universo.

Entró y se dio cuenta de que él veía hacia otra dirección. Lo miró, extrañada por la expresión de fingido desinterés. Él la vio de reojo y no pudo más.

-Ya tengo el helado que me encargaste -le dijo, sonriendo.

9.7.08

Regalo

Vi su regalo en el piso, en el mismo lugar donde las había dejado la tarde anterior. Estaban debajo de una piedra, para que el viento no pudiera llevárselas.

Me había dicho que no podía quedarse más, pero si quería seguirlo, él estaría feliz. Lo dudé, así que él dijo que no tenía porque contestar ahora, que me dejaría un regalo, para que pudiera seguirlo cuando estuviera lista. Y se fue.

Las miré y pensé en él. Había llegado repentinamente a la aldea. Algunos dijeron que era un demonio, otros, menos dramáticos, que podía ser un hechicero. Pero yo sabía que no. Pasé los dos días que se quedó como su única compañera. A él no parecía molestarle el hecho de que sólo yo hablara con él. Yo por fin podía hablar con alguien cómodamente... y, justo cuando pensaba que estaríamos juntos mucho tiempo, él se había ido.

Quería seguirlo, pero, ¿podría?... Iba a tener que dejar la seguridad para iniciar una aventura. Él había dicho que el regalo funcionaba a la perfección, que podría encontrarlo sin duda, y no es que no confiara en él. El problema era que no confiaba en mí misma.

Cuando comenté que quería irme con él, todos en la aldea se opusieron. Dijeron que era una trampa, que el hechicero quería engañarme para terminar con mi vida. Quizá yo misma lo hubiese pensado, si no lo conociera. Pero ese no era el caso, lo haría de cualquier manera, si lograba ser lo suficientemente valiente, claro.

Recordé en mi rutina diaria y me di cuenta de cuánto me gustaba, a pesar de haberla odiado tanto en el pasado. “Es sólo el miedo a lo desconocido”, pensé, pero no podía evitar sentir ese miedo. Sabía que lo más probable era que mi vida mejorara. Podría ser feliz. Pero no podía dejar de imaginar lo terrible que sería si no salía como lo esperaba.

“Mi vida aquí no es mala”, pensé. Quizá un poco monótona, pero no mala. Aunque seguro que podría ser mejor, mucho mejor. Vi en el piso el boleto hacia “mucho mejor”, pero de nuevo pensé en posibles contratiempos en el viaje, los que no sólo podían hacerlo un viaje difícil, sino incluso evitar que llegara allá.

Cerré los ojos para concentrarme y pensé que sólo era cuestión de decidirse. Si me quedaba todo seguiría igual. Si me iba... no lo sabía, pero no podía ser mucho peor... Sólo cuestión de decidirse.

Abrí los ojos, mirando hacia el abismo, la aldea a mis espaldas. No miraría atrás. Lancé la piedra al precipicio, tomé el regalo y comencé a ponérmelo.

Terminé de colocarme las alas al mismo tiempo que escuché la piedra caer al fondo y, sin darme tiempo para pensarlo, salté y me fui volando.