12.7.08

Helado de Chocolate

Preparó todo para ese sábado. Se había bañado antes de dormir, y una vez más en la madrugada, antes de ir al trabajo. Estaba recién rasurado y usaba su camisa favorita, aunque el mandil naranja con el logotipo de la tienda la ocultaba en su mayor parte.

“Hoy es el día”, pensó al entrar a la tienda. Olía a perfume, esa loción que muy pocas veces había usado. Y había ensayado el pequeño discurso al menos una docena de veces frente al espejo. Esperó.

El tiempo pasaba muy lentamente y él miraba sobreexcitado cada vez que las puertas automáticas se abrían, aunque aún no pasaba el medio día y la persona que esperaba llegaría hasta el atardecer, como si fuera a aparecer ahí de improviso.

Pero no apareció antes del medio día, ni tampoco después. A medida que el reloj avanzaba, la espera se hacía más difícil y no dejaba de recordar la última conversación que habían tenido.

-¿Vas a llevar algo más? -le preguntó, mientras la miraba a los ojos.
-No, es todo... -contestó ella, desviando la mirada, como siempre. Era cliente poco frecuente, cada semana, como mucho.
-Muchas gracias... -empezó a despedirse él, resignado a nunca lograr entablar una conversación con ella.
-Quería helado de chocolate, pero no hay... -dijo ella. Era un detalle insignificante, pero se había salido de lo cotidiano.
-Ah, sí... lo siento -se ruborizó-... Pero el sábado puede que... no, yo mismo iré a surtirlo.
-Está bien, entonces regreso el sábado en la tarde-dijo ella, y le sonrió. Era jueves.

Pero no regresó. Llegó la hora de cerrar y todavía esperó quince minutos más, hasta que se convenció de que no podía ir después de las diez de la noche. “Quizá mañana”, pensó para intentar consolarse, aunque no lo consiguió.

Volvió a arreglarse igual que la vez anterior, como si volviera a ser sábado. Volvió a esperarla todo el día y ella volvió a dejarlo plantado. O al menos eso pensaba él, mientras cerraba la cortina metálica del local. No pudo dormir, pensando en ella.

Los siguientes dos días hizo lo mismo, con iguales resultados. Y entonces, molesto, cambió de actitud. Aún esperaba verla llegar, pero ya no le importaba su indumentaria ni tampoco llevaría perfume. No le daría el helado de chocolate, con una sonrisa. Ni le diría el discurso con el que pensaba declararle su amor. No.

Ya no le importaba ella. Bien podía nunca regresar, le daba igual. Y si regresaba, entonces se vengaría por todo lo que había sufrido, lo cual ella seguramente ni siquiera notaría, claro, porque no le importaba él. Nunca le importaría. Esperó tres días más para poder vengarse.

La vio cruzando la calle. Perfecto. En cuanto pasara por la puerta le diría que no había comprado el helado, porque no había tenido ganas. Fingiría olvidar el “muchas gracias” al final de la compra y no la miraría ni una sola vez. Así aprendería que no era el centro del universo.

Entró y se dio cuenta de que él veía hacia otra dirección. Lo miró, extrañada por la expresión de fingido desinterés. Él la vio de reojo y no pudo más.

-Ya tengo el helado que me encargaste -le dijo, sonriendo.

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