20.8.08

Sal

¡Mírame! Fue la orden que me dio, abrí lentamente los ojos, un trago amargo recorrió mi garganta, y mis piernas temblaron con solo darme cuenta de quien se trataba, pero no me moví. ¡Mírame! Volvió a repetir con mayor intensidad, en ese momento, mi mente rodaba en la idea de que debía hacerlo, pero seguí estática, hasta que sus manos estrujaron mis hombros y me di vuelta, sus dientes mordían mis labios, mírame, fue más una suplica de niño, por primera vez sentí húmedas mis mejillas a causa de sus lágrimas, un sabor exquisitamente deprimente.

Hacia ya tres meses que me había quedado ciega, él se había marchado desde antes, siempre tuvo razón... jamás lo vería llorar.

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